23.4.07

No sé qué título poner a esta entrada

Ayer murió un amigo, nunca sé qué palabra escoger en estos casos; conocido, gran conocido, amigo, colega, coleguilla, querido, afecto... Dicen que los lapones tienen tropecientas palabras para definir la nieve y su estado, en nuestro rico idioma no logro encontrar la palabra exacta que encuadre o defina a Carlos desde mi punto de vista, da que pensar el que un pueblo piense mucho más en lo que pisa y le rodea, que nosotros en nuestras relaciones personales.

Me joden los velatorios públicos con un huevo de gente, me parecen una forma de refinada tortura para los familiares directos, un vestigio antihumano que debería ser relegado. Me jode ver a la familia jodida, me jode ver a los que sólo van como una obligación dictada por no sé qué convención social y me jode ver al difunto en una pecera para pena y amargura ajena.

En las pocas ocasiones que he tenido el aplomo necesario para asomarme a la pecera, he tratado de recordar alguna situación cómica, o incluso al finado contándome un chiste. Hoy no he podido evitar una sonrisa cuando enfrente de Carlos le he recordado contándome (a mí, a mi familia, a la suya y a todo el bar) el chiste de "el del moño rojo" con grandes aspavientos; no sé si lo conoceréis, trata de un locutor de un combate de boxeo gangoso al que no se le puede entender si dice "el del moño rojo" o "el demonio rojo". Nunca un chiste tan simple me hizo tanta gracia y nunca una muerte tan anunciada me jodió tanto.

Ha muerto y espero que a su familia la dejen descansar.